jueves, 28 de abril de 2011

Resistencia al cambio y al aprendizaje

Todo esto resulta aún más grave cuando sabemos que no es nuevo: la comunicación en la educación es una necesidad que ha sido señalada  hace casi un siglo por Celestin Freinet, y desarrollada luego por Lev Vygotsky, Paulo Freire, Mario Kaplún y otros pensadores que militaron por una mayor proximidad entre la educación, la comunicación, la cultura y la expresión artística. 

Mario Kaplún denominó “educomunicación”, y que es mucho más pertinente al mundo de hoy que el “edu-entretenimiento” que tratan de imponernos  y que encaja muy bien con los objetivos de los medios masivos comerciales.
En el marco de la escuela tienen que darse condiciones sociales y éticas que favorezcan el aprendizaje como una actividad creativa, con la conciencia clara de que el aprendizaje es un proceso de toda la vida.  Para ello, tiene que existir confianza y voluntad de aprender no solamente en los educandos, sino también en los educadores.
En sus reflexiones sobre el aprendizaje como clave de la educomunicación, Daniel Prieto Castillo (Profesor en materias de educación y comunicación apunta lo siguiente:
“Es muy difícil aprender de alguien con quien poco me comunico, mal me comunico o no me comunico;
“Es muy difícil aprender de alguien con quien no comparto tiempos, porque ni él ni yo los tenemos;
“Es muy difícil aprender de alguien en quien no creo;
“Es muy difícil enseñar, promover y acompañar el aprendizaje de las jóvenes y los jóvenes  estudiantes si ha sido minada mi voluntad de aprender.”
Aunque Daniel Prieto se refiere al ámbito universitario en el que desarrolla su actividad, estas reflexiones sirven también para otros niveles educativos.
Wittgenstein (1953) sugiere que el sentimiento confiere significado a las palabras y las hace verdaderas, lo cual nos remite a la idea del aprendizaje a través de las emociones.
Lo fundamental en esta reflexión sobre la alianza entre la comunicación y la educación, es que cuando se quiebra esa interdependencia, se debilitan las posibilidades de aprendizaje así como las potencialidades de comunicación.
La sociedad demanda otro tipo de educación que la escuela no es capaz de proporcionar, porque evoluciona a un ritmo muy lento y es resistente a los cambios.  El sistema educativo como tal, no admite modificaciones tan rápidas como las que se producen en la sociedad. Por ello predomina un modelo didáctico que pertenece al pasado y que no puede preparar a los educandos de hoy para el futuro.
No es entonces de extrañarse que la escuela pierda terreno constantemente y se convierta, como la iglesia, en una institución arcaica, que “tiene que existir” como un referente en toda sociedad, pero que ya no satisface los anhelos de la colectividad. Más y más la escuela es una especie de servicio civil obligatorio, una institución poco práctica pero un requisito para ser miembros plenos de la sociedad.
Fuera de la escuela, al igual que fuera de la iglesia, es donde se dan los intercambios comunicacionales que en definitiva determinan los valores. La escuela ya no es la única depositaria del saber socialmente relevante, ni el instrumento privilegiado para sistematizar los conocimientos no solamente como programación televisiva, sino como canal de información, comunicación y como espacio de influencia en el tejido social. Uno de los mayores errores es creer que introduciendo programación “educativa” se va a resolver el problema.

Lo que se necesita es que la escuela desarrolle instrumentos para una nueva alfabetización comunicacional y audiovisual que sea más adaptada a los tiempos actuales que la lecto-escritura.
Pretender cambiar los medios de difusión masiva comerciales desde su interior es un espejismo, porque lo determina sus características no es el interés común de los ciudadanos, sino los objetivos empresariales de lucro y su necesidad de expansión. Hay una frase del cineasta francés Jean Luc Godard que viene al caso, aunque se refiere a la posición de los cineastas independientes con relación a la industria cinematográfica europea en los años 1970s: Intentamos tomar la fortaleza desde adentro, pero quedamos atrapados en su interior…
El texto, la palabra escrita, el abecedario, han mantenido hasta ahora la hegemonía sobre otras formas innovadoras de hacer educación. La escritura y la lectura siguen siendo los ejes de un aprendizaje que se remonta a varios siglos y que excluye nuevas maneras de ver el mundo. La “transmisión de conocimiento” (que como expresión encierra una falacia) es una simple distribución de información que con frecuencia ni siquiera es pertinente al contexto de aprendizaje.  Si lo que se quiere es introducir nuevas tecnologías para reforzar esto mismo, entonces estaríamos traicionando los ideales de una educación liberadora, es decir, basada en los derechos humanos, constructora de ciudadanía.
Las escuelas deben cambiar como proyecto educativo, no como infraestructura.  No basta aterrizar computadoras y conectividad con Internet, no bastan las cámaras de video y los estudios de radio.  Se necesita una escuela que promueva procesos de aprendizaje reflexivos y basados en la experiencia, relevantes socialmente, es decir, insertos en una realidad social más amplia.
La necesidad de que la institución escolar se adapte a las nuevas necesidades sociales, pasa por una revisión en profundidad del proceso educativo, que en muchísimos casos ha dejado de ser un proceso, para convertirse en una mecánica repetitiva, seca, desprovista de humanismo.
La educación que Freire y sus discípulos llamaron “bancaria” porque no iba más allá de colocar información en la cabeza del educando como quien coloca monedas en una alcancía, lamentablemente subsiste en gran escala, y en muchos de nuestros países subsiste precisamente por la resistencia de las propias organizaciones de maestros a renovarse y renovar la educación.  No hay nada más difícil en los tiempos actuales, al menos en América Latina, que llevar adelante una reforma educativa que permita adaptar la escuela a las necesidades sociales actuales. A esa reforma educativa se oponen actores que son centrales, los propios maestros.
La figura del maestro debería transformarse, para convertirse en garante de una dimensión más dinámica de la educación. La función “transmisora” de información de los  maestros, carece de sentido. El maestro de hoy debe tener la capacidad de facilitar procesos de comunicación y educación que formulan problemas, colocan preguntas provocadoras del diálogo y el debate, permiten sistematizar las experiencias individuales y colectivas de todos los participantes en el proceso educativo, y no solamente de los educandos o alumnos. El maestro debe ser un dinamizador de situaciones de educación, comunicación, trabajo y creatividad a través de las cuales se genera un saber colectivo. 

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